Los medios, la programación y los gustos cambian, como tantas cosas en la vida. Aunque muchas veces la información esté sesgada, se creen alarmas innecesarias o silencios cómplices, no dejan de ser un servicio imprescindible para la sociedad. Uno de los síntomas de falta de democracia en cualquier país es la precariedad de los medios de comunicación, ya sea por falta de libertad, calidad y rigor o por mezcla de intereses. Existen muchas formas de abrirse a los otros más lejanos. Sin embargo, decisiones como esta nos alejan de un derecho fundamental como es hacernos conscientes de la realidad que nos rodea, de que hay vidas que mueren de hambre, inmigrantes que desaparecen en el mar o guerras que no cesan entre infinitas desgracias. A pesar de todo también nos dan motivos para seguir creyendo en el hombre, para reconocer que en nuestro futuro también hay esperanza y para recordarnos las veces que haga falta que todavía podemos encontrarnos buenas personas.
La vocación primera de los medios de comunicación es informar. Los ciudadanos necesitamos estar informados: sí o sí. No por morbo ni por cultura general. Sencillamente porque no se ama lo que no se conoce. Hacernos más sensibles ante la realidad y dejar de mirarnos el ombligo es el primer paso para madurar como personas y como sociedad. Al fin y al cabo, si no nos damos cuenta de que hay un mundo roto que necesita nuestra ayuda, será imposible que pongamos los medios para cambiarlo.